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El dragón
Anónimo [Jorge Luis Borges]
El dragón abominable de la Escritura es enroscado como el mar y es un emblema del pecado y la muerte; el dragón chino es una respetada y benévola divinidad del aire, aunque las fauces tornasoladas exhalen fuego y carezca de alas el cuerpo; el reseco dragón de los turcomanos arma su habitación en los cauces duros de arena o repecha los cerros pedregosos en busca de la humedad de las nubes.
El dragón de las imaginaciones germánicas es distinto: es el insomne celador subterráneo de un tesoro escondido. No lo posee ni lo aprovecha: lo guarda. Ese empleo es tradicional: en la gesta de Beowulf —que corresponde al año setecientos de nuestra era— el dragón es siempre apodado ‘el guardián del tesoro’, así como la batalla es el juego de las espadas y el mar es el camino de las velas o el sendero del cisne. El dragón viene a ser un condenado, una especie de espíritu elemental vinculado a una pila de metales que de nada le sirve, ni siquiera de argumento para esperanzas —ya que no puede concebir el valor del dinero, el menos material y más abstracto de todos los valores. El dragón, en la cueva que es su cárcel, vigila noche y día el tesoro. Ignora el sueño, como lo ignoran los ardientes huéspedes del infierno, cuyos párpados maldecidos nunca se abaten sobre los miserables ojos. Vigila esas monedas inexplicables y esos duros collares que aprieta y no vislumbra en la oscuridad. Alguna vez —sólo se trata de esperar unos siglos— el predestinado acero del héroe —Sigurd o San Jorge o Tristán— penetrará en la sórdida cueva y lo acometerá, lo herirá de muerte y lo salvará.
(Revista Multicolor. Buenos Aires: Septiembre de 1933)
Sheng Buhai
El príncipe Ye era famoso por la pasión que sentía por los dragones. Le gustaban tanto que los tenía pintados en las paredes o tallados por toda la casa. El verdadero dragón de los cielos se enteró de esto, fue volando a la tierra e introdujo su cabeza por la puerta de la casa del señor Ye y su cola por una de las ventanas. No bien el príncipe Ye lo vio, huyó asustado y casi loco.
Esto demuestra que el príncipe Ye, en realidad, no amaba tanto a los dragones, sino a algo que se les parecía.
(Eduardo Berti. Los cuentos más breves del mundo. Madrid: Páginas de espuma, 2008)
El Dragón (龍) es la única criatura mítica en el zodiaco chino. En China, los dragones se asocian con la fuerza, con la salud, con la armonía, y con la buena suerte; son colocados encima de puertas o encima de los techos para desterrar a los demonios y espíritus malignos. Más bebés nacen en el año del Dragón que en cualquier otro. En las culturas milenarias orientales, es considerado, al igual que la serpiente, un animal de buena suerte. En la antigua China era considerado como el guardían de los tesoros, así también de la sabiduría.
El dragón
Harold Kremer
Cuando el mundo conocido sólo era China, el dragón Han se apareció en sueños al rey Tong y le dijo:
—Al despertar sólo tendrás un día más de vida y luego morirás. Podrás seguir viviendo si construyes para mí un castillo que dure mil años.
Cuando despertó, el rey olvidó el sueño. Al anochecer, cuando faltaban apenas seis horas para la sentencia, lo recordó y llamó de prisa a sus ministros, consejeros y magos.
—Pronto moriré —concluyó después de contar su sueño—. Si alguno de ustedes tiene una solución quiero oírla.
Divagaron durante horas hasta que uno de los consejeros trajo unas copas de licor. En la del rey echó un fuerte somnífero que lo hizo dormir inmediatamente.
—Pero, ¿qué hiciste, siniestro consejero? —clamaron en coro los hombres.
—Salvarlo —respondió—. Sólo en sueños podrá construir ese castillo.
(El combate. Cali: Deriva, 2004)
El arte de matar dragones
Zhuang Zi
Zhu Pingman fue a Zhili Yi para aprender a matar dragones. Estudió tres años y gastó casi toda su fortuna hasta conocer a fondo la materia.
Pero había tan pocos dragones que Zhu no encontró dónde practicar su arte.
La sentencia
Wu Ch'eng-en
Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño, el emperador juró protegerlo.
Al despertarse, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mandó buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón, y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.
Un estruendo conmovió la tierra. Poco después irrumpieron dos capitanes que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron:
—Cayó del cielo.
Wei Cheng, que había despertado, lo miró con perplejidad y observó:
—Qué raro, yo soñé que mataba a un dragón así.
(Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Cuentos breves y extraordinarios)
El dragón terrestre
Henry Ficher
En un bazar de la antigua China, un hombre menudo y de piel curtida ofrecía a gritos el más grande descubrimiento del mundo: la prueba incontrovertible de la existencia del Dilong, el dragón terrestre. Los curiosos que pagaron para entrar a su tienda pudieron ver el cráneo fosilizado de un descomunal carnotaurus. Desde entonces nadie negó en China la fuerza de los mitos.