lunes, 31 de octubre de 2011

38. Féminas de ficción III





Opus 8
   Armando José Sequera


   Júrenos que, si despierta, no se la va a llevar —pedía de rodillas uno de los enanitos al Príncipe, mientras éste contemplaba el hermoso cuerpo en el sarcófago de cristal—. Mire que, desde que se durmió, no tenemos quién nos lave la ropa, nos la planche, nos limpie la casa y nos cocine.
(Tomado de: Escena de un spaguetti western)




La actriz
   Guillermo Bustamante Zamudio


   Caperucita estaba aburrida: cada vez que un lector toma el libro y lee, termina primero baboseada y después tragada por el lobo, saliendo finalmente a través de una chapucera autopsia de cazador. Para acabar con este ciclo infernal, convenció a una amiguita de hacer sus veces y presentarse en la escena de marras con la canastilla munida de manjares. La abuela estaba muy viejita y no notaría la diferencia; le prometió cierto favor como recompensa, una vez la sencilla misión fuese cumplida.
   Quiso verificar personalmente el desarrollo de los acontecimientos. En su momento, oyó los infantiles gritos que en el libreto marcaban, primero, la infructuosa negativa de la niña a dejarse comer por el lobo y, luego, su disposición en bocados convenientes a las costumbres de mesa de estos carnívoros.
   Sólo entonces, contenta, Caperucita cogió su propio rumbo, con la deriva que suele caracterizar a un actor desempleado.
(Tomado de: Roles. Bucaramanga, Universidad Industrial de Santander, 2008)




Caperucita II
   Eduardo Serrano Orejuela


   Lobo se encuentra con Caperucita en el bosque y le pregunta:
   —¿Vas para donde tu abuela?
   Caperucita lo mira con severidad:
   —Te advierto, Lobo, que he leído a Perrault y a los Hermanos Grimm.
   Lobo se sonroja:
   —Ah, qué bien, la cultura literaria forma y eleva el alma. Bueno, Caperucita, voy a ver si me encuentro con los tres cerditos. Chao.
   No se ha alejado cinco pasos cuando oye que Caperucita le grita:
   —¡Ellos también!








La única oportunidad de la Cenicienta
   Javier Navarro


   El servidor del rey sostenía la zapatilla de cristal en su mano derecha. Con la izquierda levantaba suavemente el pie de la Cenicienta. Las sucias y largas uñas de la fregona no permitieron que la zapatilla calzara.




Había una vez
   Javier Quiroga G.


   Un apuesto joven llama a la puerta y le pide que se calce la más hermosa de las zapatillas. En cuanto observa que ésta se ajusta al pie perfectamente, la toma del brazo al mismo tiempo que le dice:
   —Queda usted arrestada, está zapatilla fue hallada en la escena del crimen.
(Tomado de Valadés, Edmundo. El libro de la imaginación. México: FCE, 1980)




Cenicienta III
   Ana María Shua


   Advertidas por sus lecturas, las hermanastras de Cenicienta logran modificar, mediante costosas intervenciones, el tamaño de sus pies, mucho antes de asistir al famoso baile. Habiendo tres mujeres a las que calza perfectamente el zapatito de cristal, el príncipe opta por desposar a la que ofrece más dote. La nueva princesa contrata escribas que consignan la historia de acuerdo con su dictado.
(Tomado de: Casa de geishas. Barcelona: Thule: 2007)