domingo, 28 de agosto de 2011

29. Magos


El adivino de la casa amarilla
   Luis Fayad


   Encontró con facilidad la casa, pues era la única amarilla de la cuadra. Golpeó y nadie respondió y, a la tercera vez, más por nerviosismo que por impaciencia, decidió entrar. Le habían dicho que el adivino siempre estaba en el primer cuarto a la derecha del pasillo, pero no vio a nadie. Se quedó largo rato sin hacer nada, ni siquiera observando el cuarto, y luego quiso salir de la casa. La curiosidad se lo impidió; entonces siguió por el pasillo buscando al adivino. Había más cuartos, y después, más pasillos con más cuartos. En ninguno estaba el adivino. Regresó, y ante la puerta de la casa se volvió con brusquedad. El adivino lo estaba mirando, lo miraba como si lo conociera desde hacía mucho tiempo.
   —Sabía que usted iba a venir —dijo el adivino.
   Leoncio no respondió.
   —Por eso me escondí —continuó el adivino—. Sabía también que yo iba a esconderme y que usted me buscaría cuarto por cuarto, y que yo me presentaría cuando usted fuera a salir de la casa. Me escondí porque sabía que a usted iba a sucederle una desgracia y no quería darle la noticia, y sabía que vendría a su encuentro porque yo estaba equivocado. Sabía que en este momento usted quizá quisiera preguntarme algo y que no se atrevería. También esto lo sabía. 
   El adivino se retiró y Leoncio salió de la casa. Estaba intranquilo. Hubiera querido preguntarle al adivino si no se había equivocado de nuevo y si la desgracia se haría efectiva de todas maneras.




El olvido fatal
   Martín Gardella


   Se apagaron las luces del escenario y un aplauso prolongado quebró el silencio de la sala. El joven mago acababa de desaparecer en escena ante la absorta mirada del público, consumando una ilusión inexplicable y nunca antes lograda.
   Fue la última función del ilusionista, que jamás logró recordar la segunda parte del truco.




La vara de Aarón
   La Biblia, Nueva Versión Internacional


   El Señor les dijo a Moisés y a Aarón: «Cuando el faraón les pida que hagan un milagro, le dirás a Aarón que tome la vara y la arroje al suelo ante el faraón. Así la vara se convertirá en serpiente».
  Moisés y Aarón fueron a ver al faraón y cumplieron las órdenes del Señor. Aarón arrojó su vara al suelo ante el faraón y sus funcionarios, y la vara se convirtió en serpiente. Pero el faraón llamó a los sabios y hechiceros y, mediante sus artes secretas, también los magos egipcios hicieron lo mismo: Cada uno de ellos arrojó su vara al suelo, y cada vara se convirtió en una serpiente. Sin embargo, la vara de Aarón se tragó las varas de todos ellos.




Los dos magos
   Harold Kremer


   El empresario anunció el gran espectáculo: los dos magos realizarían sus actos al mismo tiempo.
   Y lo hizo así: a un lado de la pista del circo se anunciaba con letras de neón al gran Salomón con sus secretos milenarios, y al otro lado, a la izquierda, separado por 30 metros, se encontraba el magnífico Ulises, heredero de Merlín.
   Para no dar ventaja a ninguno de los dos el presentador tocaba la campana y los magos empezaban la función. El gran Salomón, levantaba a su ayudante por el aire y la hacía volar por encima del público para retornarla luego a su lado. El magnífico Ulises con sólo golpear su varita mágica sobre el sombrero, sacaba un elefante y también lo hacía volar por encima del público.
Los dos eran tan buenos que el público no sabía a quién mirar, a quién aplaudir ni a quién vitorear y bien pronto empezaron a dividir sus afectos, a boicotear, los del lado izquierdo, al gran Salomón, y los del lado derecho, a el magnífico Ulises.
   Pronto la declaración de guerra tocó a los dos magos: una noche el elefante volador del magnífico Ulises golpeó accidentalmente a la ayudante del gran Salomón, dejándola con  cuatro costillas rotas e innumerables heridas. Para vengarse el gran Salomón, en el siguiente acto, convirtió al elefante en un murciélago sin rumbo que se fue a estrellar contra uno de los postes de los malabaristas.
   Al día siguiente cuando el público del lado izquierdo aplaudía y gritaba el nombre del magnífico Ulises por la aparición que hizo de un tren rodando sobre la pista, el gran Salomón con uno de sus pases mágicos los convirtió en gallinas que cacareaban y volaban por las graderías. Entonces el magnífico Ulises convirtió al público del lado derecho en gordos gusanos que fueron devorados rápidamente por las gallinas. Pero cinco gusanos olvidados fueron convertidos por el gran Salomón en cinco pumas hambrientos que devoraron a las gallinas, y una gallina que logró huir de las graderías fue convertida en un cazador que mató a los pumas, y el cazador fue fulminado por un rayo que le lanzó el gran Salomón.
   Cuando el empresario salió a controlar la situación encontró la carpa vacía. Del lado del gran Salomón sólo quedaba una varita mágica y del lado del magnífico Ulises un sombrero de copa que giraba sobre sí mismo en la pista de arena.




La esclava del ilusionista
   Rosalba Plaza P.


   Roto el hechizo, una noche de luna llena, devoré sus aves, su conejo, y salí volando.




Supermagos
   Cuento budista


   Después de destruir a los budistas de la India, cuentan que Sankara marchó a Nepal, donde tuvo algunas diferencias con el Gran Lama. Para probarle sus poderes sobrenaturales voló por el aire, mas cuando pasó sobre el Gran Lama, éste percibió su sombra deformándose y ondulándose por las desigualdades del suelo y clavó su cuchillo en ella; Sankara cayó y se quebró el cuello.