Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
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domingo, 6 de mayo de 2018

209. Colaboraciones de lectores


El sueño

   Ángel Fabregat Morera - Barcelona, España

   Soñó que tenía alas. Se levantó, se vistió, desayunó y salió por la ventana. Se dijo que fue un suicidio.



Desde que te veré

   Alejandro Guarino - Rosario, Argentina

   Me acuerdo que mañana me encontré con Mirna. Me acuerdo que será un encuentro esplendoroso. Ella se pondrá su vestido de colores y flotará como una pluma en el aire cálido. Hace ya del mes que viene que no la veo, pero es solamente hallarme con sus ojos mansos y perder, absolutamente, la noción del tiempo.



Magia

   Ulises Lina (pseudónimo)

   El show va a iniciar. El mago se desconcentra. La audiencia desaparece.




La carta bajo la lluvia

   Oscar Seidel - Colombia

   Al caer sobre el techo de zinc, el aguacero sonaba como una máquina de escribir de infinito tecleo. Todas las noches el Ciego le escribía a su amada al compás de las gotas de lluvia; al llegar la medianoche tenía que terminar un párrafo para que no se evaporara con el sol de la madrugada. Logró enviarla cuando apareció el verano: al abrirla, emergieron gotas de letras que la salpicaron de amor.



La niña de la libreta

   Jorge Etcheverry - Chile

   La niña de la libreta no ha cambiado casi, no como yo, que me deterioro a ojos vistas. La he estado viendo por años, sentada en un café de los de por aquí. O en otro, o en terrazas al aire libre, en los meses de verano, las que abundan en esta ciudad que acoge a tanto turista. A veces está abstraída en su libreta, de esas que llaman un moleskin.  A veces me tiende a reconocer, claro, ya que nos hemos visto tantas veces. Y digo “hemos” porque supongo que ella me tiene que haber visto aunque sea nada más que una fracción de las veces que yo la he visto a ella. De seguro me tiene que haber visto, me han dicho que tengo un físico bastante notorio, especialmente para el sexo femenino. “La recomendación viene de muy cerca”, me habría dicho mi madre, si leyera esto que estoy escribiendo, o los pensamientos que lo acompañan. Ella parecía a veces saber lo que yo pensaba cuando yo era chico. La niña de la libreta se ve casi igual, aunque el día que había empezado tan frio y gris ahora se ha puesto caliente como un horno. La libreta es distinta, me doy cuenta, cuando otra vez y medio a hurtadillas como siempre observo sus menores detalles desde una mesa vecina. Ahora es como una tableta negra de metal o plástico, que ella mira atentamente y en la que parece pulsar algo a veces con sus dedos largos, pálidos. Me da un vahído, tengo que ir al baño, me echo agua fría en la cara, me miro al espejo desde donde me mira un hombre viejo, arrugado, casi calvo.




La noche del pez

   Luis Ignacio Muñoz - Colombia

   Les quedaba explicarle al niño como habían sido las cosas. No era nada fácil pues no sabían por dónde empezar y el hombre y la mujer se miraron en silencio.  Recordaron que hacía varios días lo veían quedarse horas parado frente a la pecera, a veces con la cara pegada al cristal mirando los movimientos del pez, el aleteo de su enorme cola en forma de velo y el constante abrir y cerrar de su boca.

   El niño pasaba largos ratos parado en el mismo lugar, algunas veces le hablaba y otras parecía imitar cada uno de sus desplazamientos a través del limitado espacio de cristal. Por instantes sus brazos se contraían como si de sus costados brotaran aletas y empezara a nadar. Otras, parecía agitarse queriendo aplaudir las piruetas del pez. Al comienzo apenas les llamó la atención, después se volvió el comentario de las reuniones, pero nunca les llegó a causar preocupación. Cada vez eran más las  horas que pasaba detenido frente a la pecera, desconectado del mundo.
   Todo así hasta la noche en que a eso de las siete destapó la pecera (parecía que lo había premeditado) y lo sacó con sus dos manos del agua, lo acercó a su pecho mientras aleteaba y camino de su habitación lo secó con una toalla, lo abrazó y lo recostó mientras escuchaba sus estertores entre las cobijas, que fueron disminuyendo poco a poco a medida que transcurrían las horas.
   Al otro día, antes del desayuno, los padres se miraron boquiabiertos mientras se les acercaba con el pez en sus manos y les preguntaba por qué estaba así de endurecido.


Ironía

   FG Marín - México

   La vida era demasiado seria para él, hasta que se descubrió como producto de la imaginación de un niño.