Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
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domingo, 11 de febrero de 2018

203. Escritores bolivianos I

Editor invitado:  Homero Carvalho Oliva

Oficio frustrado
   Gonzalo Llanos Cárdenas

   Un profesor lloraba desconsoladamente sobre las páginas de su vida. Pues, luego de examinarlas, sufría el no poder explicarse a sí mismo lo que había leído.


Acto de desaparición
   Sisinia Anze Terán

   Era mago de profesión, y cuando se enteró de que iba a ser papá, hizo lo que mejor sabía hacer.



Insomnio
   Teresa Constanza Rodríguez Roca   

   Las pantuflas de madre duermen a pierna suelta toda la noche. Ella las vigila.


Asamblea Divina 
   Felipe Parejas

   Después de varios siglos de debate celestial, se terminó de redactar el último artículo de la constitución divina: el castigo para los suicidas sería, simplemente, la vida eterna. 


Consejo
   Kori Yaane Bolivia Carrasco Dorado

   Al llegar un pájaro y posarse en el árbol cansado de buscar lombrices, una paloma que lo observaba, abrió las alas y le dijo: En aquella fruta puedes encontrar lo que quieres, pero apúrate que viene el águila.  



Pachamama 
   Homero Carvalho Oliva
   
   Doña Justina Cusicanqui, tierna y sabia anciana, cuenta que escuchó a su abuela relatar la historia de un aymara que, ante los porfiados sacerdotes católicos que pretendían obligarlo a bautizarse cristianamente, para que el pobre hombre salve su alma salvaje y pecadora, respondió muy sereno:
   Yo nada espero del Cielo, todo me lo dio la Tierra.


Ámsterdam
   Claudio Ferrufino-Coqueugniot

   Bordas. Tulipanes, otros como floripondios. En tenue rosa, crema. Las amarylis guardan jaspes de apagado carmesí. Te graduaste en los cursos especiales del Rijksmuseum, en textiles antiguos. Gobelinos. Pero no veo unicornios. Mataron los árabes al último, apenas bajaron de las naves. Fue el día en que degollaron a Theo. Cruzaron el Ponto, en sentido opuesto a los aqueos, en venganza de los aqueos. Pero, dices, esos eran persas, y lidios y paflagones. Hoy sirio y afgano que ni árabes son. Los mismos, le digo, mientras cierro el chaleco cargado de bombas y ajusto una bandana negra sobre la frente que reza a morir en contra de infieles.
   No te veré otra vez, ¿no? En el cielo, en el harén de las niñas. Ella agacha la cabeza y borda. Un tulipán de ébano esta vez, al lado de una estatuilla de gordo y pálido querubín. Para recordar.