Bienvenidos a la edición cibernética de la Revista Ekuóreo, pionera de la difusión del minicuento en Colombia y Latinoamérica.
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domingo, 24 de septiembre de 2017

193. Michael Ende



Michael Ende

   Michael Andreas Helmuth Ende (Garmisch-Partenkirchen, Alemania, 12 de noviembre de 1929 - Filderstadt, Alemania, 28 de agosto de 1995) fue un escritor alemán de literatura fantástica y ficción para niños. Sus obras más conocidas son de novela fantástica, como La historia interminable, Momo y Jim Botón y Lucas el maquinista
   Fue minicuentista, posiblemente sin saber de la existencia del género de la minificción. En esta entrega, e-Kuóreo le hace homenaje con siete textos: cuatro recortes, tomados de sus novelas, y tres minicuentos.



Basilisca Agustina

   La emperatriz Basilisca emprendió incontables guerras para defender a su imperio de los constantes ataques de los pitos y flautas. Cuando los hubo sometido una vez más, estaba tan irritada por la inacabable molestia que amenazó con exterminarlos, a menos que su rey Xaxotraxolus le cediera su carpa dorada. Había oído, de boca de un viajero, que el rey poseía un pececito que, en cuanto hubiera acabado de crecer, se convertiría en oro puro. Y esa rareza quería poseerla, a cualquier precio, la emperatriz Basilisca.
   El rey Xaxotraxolus se rió para sus adentros. Ocultó la carpa dorada que efectivamente poseía, e hizo entregar a la emperatriz, en una sopera, una ballena pequeñita. La emperatriz quedó un tanto sorprendida por el tamaño del animal, aunque “cuanto mayor, mejor” —pensó—, pues tanto más produciría, al final. Pero, por otro lado, la intranquilizaba que el animal no fuera dorado. Entonces, el emisario del rey le aclaró que el pez no se convertiría en oro antes de haber acabado de crecer. Y por eso era muy importante que no se le estorbara en su crecimiento.
   El pececito consumía enormes cantidades de comida y crecía día a día, con lo que se hizo grande y gordo. Pronto, la sopera se quedó pequeña. “Cuanto mayor, mejor”, repitió la emperatriz, y lo hizo trasladar a su bañera. Pero, al poco tiempo, tampoco cupo ahí. Entonces, fue trasladado a la piscina imperial, lo cual ya era un transporte bastante complicado, porque en ese momento el pez pesaba tanto como un buey.
   Con todo, hasta la piscina imperial resultó demasiado pequeña. Así, Basilisca mandó construir un enorme acuario, totalmente circular, en el que el pez, por fin, podía estirarse a gusto. Sentada al borde del acuario, la emperatriz pasaba horas, viéndolo crecer. No pensaba más que en el oro. Ya no se fiaba de nadie, ni de sus esclavos, ni de sus parientes. Adelgazaba más y más, no pegaba ojo y vigilaba al pez, que nadaba divertido, sin pensar siquiera en convertirse en oro. 
   Y así, la emperatriz se despreocupó de los asuntos del gobierno. Eso precisamente esperaban los pitos y flautas. Bajo la dirección de su rey Xaxotraxolus, emprendieron una última campaña y conquistaron el imperio en un paseo militar. No encontraron ningún soldado y al pueblo tanto se le daba quién lo gobernara. Para celebrar la victoria, el rey mandó matar la ballena, de modo que todo el pueblo recibió, durante ocho días, filete de pescado asado.
(Momo)


Las Montañas del Destino

   En aquella región de hielos eternos no se atrevían a adentrarse ni los más arriesgados alpinistas. O, dicho más exactamente: hacía ya tantísimo tiempo que alguien había conseguido escalarlas que nadie lo recordaba. Porque esa era una de las leyes incomprensibles de las que tantas había en el reino fantástico: las Montañas del Destino sólo podían ser vencidas por un escalador cuando el anterior hubiera sido olvidado por completo y no hubiera tampoco inscripción alguna, en piedra o en bronce, que lo recordara. Por eso, todo el que lo lograba era siempre el primero.
(Jim Botón y Lucas el maquinista)


Hombre solo

   A ustedes se les podría llamar enanos-aparentes. Si se alejan, se vuelven cada vez más pequeños y, al llegar al horizonte, no son más que un punto. Y si regresan, se van volviendo cada vez más grandes y, al llegar, tienen su verdadera estatura. Pero han de reconocer que, en realidad, conservan siempre la misma. Sólo parece que se vuelven cada vez más pequeños cuando se alejan, y cada vez más grandes cuando se acercan. 
   Conmigo sucede lo contrario: cuanto más lejos estoy, más grande parezco y cuanto más me acerco, más se ve mi verdadera estatura. Soy un gigante-aparente. En mi niñez, esta particularidad no era tan exagerada, pero a pesar de ello nunca tenía compañeros con quienes jugar: todos me tenían miedo. Pueden ustedes imaginar mi pena. Soy un hombre muy tranquilo y muy sociable, pero cuando llego a algún sitio, todos huyen horrorizados. Me siento solo.
(Jim Botón y Lucas el maquinista)


La Emperatriz Infantil

   Vive hace muchísimo, pero no es vieja. Siempre es joven, pues su existencia no se mide por tiempo, sino por nombres. Necesita un nombre nuevo, siempre un nombre nuevo. Nadie puede recordar sus nombres y, sin embargo, ha tenido muchos. Pero todos se han olvidado. Todos han pasado. No obstante, sin nombre no puede vivir.
(La historia interminable)


La búsqueda

   El Laberinto es el cuerpo del Minotauro. Cuando Teseo va de aposento en aposento en busca del monstruo, se convierte poco a poco en el Minotauro. Éste se lo ha incorporado. Por eso es imposible que Teseo le mate al final, a no ser que se mate a sí mismo.
   Cada uno se transforma en aquello que busca.
(Carpeta de apuntes)


La invitación

   Un caminante, durante su fatigoso viaje por el país del olvido, recibe una carta. En ella se le invita, en términos sumamente respetuosos, a las bodas de un príncipe grande y poderoso. Con indecibles privaciones y peligros, consigue llegar a tiempo a la fiesta, y descubre que es su propia boda. Él había sido desde el principio quien invitaba, pero lo había olvidado. Se envió a sí mismo la carta al país del olvido porque sabía que allí perdería su propia identidad. Pero sólo allí podía cumplir con la condición indispensable para poderse casar con su amada.
(Carpeta de apuntes)


El viejo minero

   Personalmente, yo nunca he escalado una montaña, pero precisamente por eso estoy en situación de indicar algunos hechos interesantes relativos al arte del alpinismo: por así decir, sin partidismos. Hay, en primer lugar, la forma más difundida de practicarlo; que consiste en comenzar el ascenso en el valle, en escalar poco a poco la montaña, pero en verse obligado, al final, a detenerse en la cima más elevada. Esta forma tiene una importante desventaja. Consiste ésta, en sustancia, en que al final hay que bajar otra vez al valle, con lo que todo el logro anterior se neutraliza más o menos a sí mismo. El método incomparablemente más rentable (y el original, por cierto), que, por otra parte, hoy en día dominan de verdad muy pocos, va en dirección contraria. Se empieza bajando de la cumbre, se desciende cada vez más, se introduce uno finalmente bajo la superficie terrestre y no se encuentra otro límite que el de la vejez y la muerte.
(Carpeta de apuntes)