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domingo, 27 de septiembre de 2015

141. Nasrudín, minicuentos sufíes III


Cuando me parezca

   El ángel de la muerte llegó un día a casa de Nasrudín y anuncio:
   —Tu momento ha llegado. Prepárate para ser llevado al otro mundo.
   Estremecido y temblando de miedo, con el rostro tan blanco como la nieve, Nasrudín consiguió decir unas palabras de forma entrecortada:
   —Soy un musulmán, y me gustaría tener una última oportunidad de demostrar que me arrepiento profundamente de mi mala conducta pasada.
   —¿Qué oportunidad quieres? —preguntó el ángel.
   —Si pudiera disponer de un tiempo  para realizar las cinco oraciones antes de mi muerte —suspiró Nasrudín—, estoy seguro de que seguiría mi camino en paz.
   —Muy bien —contestó el ángel—. Volveré mañana a esta hora, cuando hayas realizado tus cinco oraciones.
   Al día siguiente, llegó a la hora fijada.
   —Has tenido un día extra de vida, Nasrudín. Ahora debes venir conmigo.
   —¿No me prometiste que me permitirías realizar mis cinco oraciones antes de morir?
   —Así es.
   —Bien, he realizado sólo dos.
   —¿Y cuándo dirás las demás?
   —Cuando me parezca.


Jaliz

   En una reunión de jefes religiosos, los reverendos se complacían haciendo alarde de su conocimiento del Islam. Uno especulaba sobre el color del caballo del Profeta; otro, sobre la comida favorita de los ángeles; un tercero dio una información sumamente prolija de la creación del mundo; y, un cuarto, una descripción detallada del cielo. Finalmente, Nasrudín no pudo aguantar tanta presunción.
   —Jaliz —tronó, para gran asombro de los jefes espirituales.
   —¿Eso es un nombre, mulá? —preguntó uno.
   —Por supuesto —exclamó el mulá—. Me sorprende que lo tengas que preguntar. Ese era el nombre del águila que se abalanzó sobre Moisés, llevándoselo.
   —Pero ningún documento dice que Moisés fuera llevado por un águila —clamaron los reunidos.
   —Entonces, Jaliz es el nombre del águila que se abalanzó sobre Moisés y no se lo llevó —dijo Nasrudín, con mirada altanera.



Por si acaso

   Escapando de unos feroces bandoleros, Nasrudín buscó refugio en las montañas. Allí encontró a un hombre demacrado, vestido con un manto hecho jirones.
   —No hay tiempo que perder —gritó el mulá—. Tienes que esconderte; unos asesinos me vienen pisando los talones.
   —Soy un derviche —replicó el hombre—. Paso todo el tiempo en reflexión y en oración. Alá no permitirá que algo malo le suceda a su siervo.
   —Sin duda —asintió Nasrudín—, pero, yo de ti, tomaría alguna precaución adicional, por si acaso.


Milagro

   —Sólo las figuras más impresionantes de la historia, los grandes profetas, pudieron realizar milagros —exclamaba el imam, ante una reunión en la plaza de la ciudad.
   —¿Podían resucitar a los muertos? —preguntó Nasrudín.
   —Desde luego —replicó el imam—. El Corán describe muchos casos.
   —Entonces —dijo el mulá—, estoy dispuesto a probar que cualquiera puede realizar milagros similares.
   —¿Te atreves a sugerir que también tú puedes resucitar a los muertos? —dijo con voz entrecortada el imam.
   —Traedme una espada y lo demostraré —contestó Nasrudín.
   Se trajo una espada y la multitud estiró el cuello para ver el milagro.
   —¿Qué vas a hacer? —preguntó el imam cuando Nasrudín apuntaba la hoja hacia él.
   —Voy a contarte la cabeza para que todos podamos tener unos momentos de paz, y luego te la volveré a poner y tú te sentirás como nuevo.
   —No hay necesidad de demostración —replicó nervioso el imam—. Sólo quería probarte. Sé perfectamente que tú puedes realizar milagros.


En tierra firme

   Nasrudín y su hijo estaban pescando cuando un torbellino apareció en el horizonte.
   —¡Quiera Dios —imploro el mulá— salvar nuestra frágil barca y yo recompensaré a un hombre necesitado con un camello del tamaño de una casa!
   —Padre, ¿cómo encontrarás un camello tan grande?
   —Me preocuparé de eso una vez estemos en tierra firme.



Efectos de la educación

   Estando en Bagdad, Nasrudín extravió su asno. Tras buscarlo durante varias horas, el mulá se sentó a considerar su destino en un salón de té del centro de la ciudad. Fue entonces cuando observó una muchedumbre reunida al lado de la universidad. Se acercó a investigar, y descubrió a su burro rodeado por un grupo de eruditos.
   —Tu burro ha hecho estragos en esta honorable sede del saber —aulló el decano—. Debes pagar una gran multa.
   —Sin duda —replicó Nasrudín— seré yo quien te la cobre a ti. Yo tenía un burro perfectamente bien educado. ¡Mírale ahora! Después de unas horas en este lugar, se ha transformado en un delincuente.


¿Tirano o gobernante?

   Un día, Tamerlán estaba aburrido y decidió reírse de sus cortesanos.
   —¿Qué soy? —preguntó a su astrólogo—, ¿un tirano o un gobernante?
   —Un gobernante —respondió el cortesano.
   Fue inmediatamente decapitado. El emperador se dirigió a un segundo cortesano:
   —¿También piensas que soy sólo un gobernante?
   —No, gran emperador Tamerlán. ¡Tú eres el tirano más poderoso del mundo!
   También en esta ocasión, el sha ordenó al verdugo que se llevara al hombre. Finalmente, se dirigió a Nasrudín:
   —¿Qué piensas que soy?
   —No eres ni un tirano ni un gobernante —fue la respuesta.
   —¡Explícate!
   —Si fueras un tirano, no preguntarías a humildes cortesanos. Y si fueras un gobernante justo, no castigarías a los hombres por decir la verdad.


El mundo de Nasrudín. Cuentos sufíes - Compilador: Idries Shah